El rostro de la misericordia / Daniel Conway
La misa exequial proporciona una despedida apropiada y sentida al papa Benedicto
La homilía del Papa Francisco en el funeral del papa emérito Benedicto XVI no abordó la vida y obra de Joseph Ratzinger, sino que se centró en las lecturas especialmente elegidas para esta misa de exequias cristianas.
Al predicar sobre las Escrituras, el Santo Padre hizo lo que todo predicador debe hacer. Además, cumplió los deseos de su amigo y predecesor, al mantener el servicio “solemne y sencillo” y abstenerse de elogiar excesivamente al difunto.
De hecho, desde que el expapa regresó al Señor el 31 de diciembre de 2022, ha habido un sinfín de comentarios y análisis de muchas fuentes diferentes, incluso del papa Francisco. Ningún aspecto de la vida y el ministerio de Joseph Ratzinger ha pasado desapercibido tras su fallecimiento.
Lo que se necesitaba durante la misa exequial cristiana celebrada en la Plaza de San Pedro el 5 de enero no eran más comentarios, análisis o alabanzas, sino una reflexión reverente sobre el significado de la Palabra de Dios proclamada en plaza pública, estando reunidos para encomendar a nuestro hermano Benedicto al Señor que amó, y anheló, toda su vida. Y eso fue lo que hizo el papa Francisco.
Comenzó su homilía recordando las últimas palabras de Jesús:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” [Lc 23:46]. Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro—podríamos decir—capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos. El Señor, abierto a las historias que encontraba en el camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor.
¿Acaso estas palabras nos dicen algo sobre la vida y el ministerio del papa Benedicto? Cualquiera que haya leído sus libros, encíclicas, oraciones y homilías tendría que estar de acuerdo en que su único deseo era ayudarnos a comprender mejor y abrazar lo que estas últimas palabras de Jesús significan para nosotros y para toda la humanidad.
Al proseguir con su prédica sobre las lecturas, el papa Francisco expresó:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» es la invitación [de Jesús] y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero [Is 29:16] el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús [Flp 2:5]. Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: “Tú me perteneces … tú les perteneces,” susurra el Señor; “tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas.”
Con toda seguridad el papa Benedicto estaría de acuerdo. Su corazón estaba cuidadosamente sintonizado con el Sagrado Corazón de Jesús, y consideraba el servicio que estaba llamado a prestar como sacerdote, profesor, obispo y papa (en activo y retirado) como “un don pleno de gracia” que había que cuidar y compartir como una responsabilidad de mayordomía de la que tendría que rendir cuentas en el Día Final.
Aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida,—expresó el Sumo Pontífice—queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre. Deseamos reconocer todas las formas en las que Joseph Ratzinger trató de seguir las huellas de Jesús y, en última instancia, por la gracia del Espíritu Santo, entregarse al Padre.
Hacia el final de su homilía, el papa Francisco se refirió a la ocasión que reunió a miles de personas para esta misa exequial:
Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Y para concluir, el Santo Padre se dirigió directamente a su hermano:
Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.
El papa Benedicto recibió una despedida de lo más apropiada y sentida de manos de su sucesor en la Cátedra de San Pedro. Que ocupe el lugar que le corresponde en la comunión de los santos desde ahora y para siempre. Amén.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †