Cristo, la piedra angular
Como san Lucas, proclamemos nuestra salvación en Cristo
Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados. (Lc 9:11)
Hoy, 18 de octubre, celebramos la fiesta de San Lucas Evangelista. Mediante el evangelio según san Lucas y sus Hechos de los Apóstoles ampliamos y enriquecemos nuestra comprensión del kerigma (el significado central del Nuevo Testamento).
San Lucas no fue uno de los doce Apóstoles, pero sabemos que viajó con san Pablo en sus peregrinaciones apostólicas (2 Tm 4:10-11).
La tradición de la Iglesia también afirma que Lucas estaba muy unido a María, la madre de Jesús. De hecho, su Evangelio describe incidentes de la vida de la Sagrada Familia que muchos creen que solo pueden proceder de los recuerdos personales de María. Entre ellos figuran la Anunciación, la visita a Isabel, la adoración de los pastores en Belén, la circuncisión de Cristo, el hallazgo del niño Jesús en el templo y otros.
Lucas describe también la Asunción de Nuestro Señor a los cielos, y nos da una idea del papel contemplativo de María en la Iglesia primitiva cuando dice que, tras la Ascensión de su Hijo, “perseveraban unánimes en oración” (Hch 1:14).
San Lucas es un evangelista ideal porque proclama la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo y la vive como discípulo misionero. Lo que proclama—el kerigma (de la palabra griega que significa “proclamación”)—puede sintetizarse en varios sermones pronunciados por san Pedro y san Pablo y recogidos por Lucas en los Hechos de los Apóstoles.
El contenido básico de los sermones de los Hechos es que Jesús es el Mesías elegido por Dios, el prometido. Aunque fue crucificado, resucitó gloriosamente de entre los muertos y se apareció a sus discípulos. Ahora, exaltado a la derecha del Padre por su ascensión, Jesús convoca a todos hacia sí. Esta Buena Nueva exige una respuesta de nuestra parte: exige que nos arrepintamos de nuestros pecados, aceptemos el bautismo y vivamos la vida nueva que Cristo nos ofrece.
Cuando escuchamos esta sencilla pero poderosa proclamación, no podemos menos que asombrarnos. Verdaderamente, el Espíritu Santo habla a través de San Lucas para comunicarnos la Buena Nueva de nuestra redención.
La tradición nos dice que san Lucas era un médico que había estudiado el arte y la ciencia de curar el cuerpo. Evidentemente, su cercanía a san Pablo, y a nuestra Santísima Madre también le educó en la curación espiritual que viene de Cristo por el poder del Espíritu Santo.
Muchos de los relatos de san Lucas en su Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles describen la curación que proviene de la fe en un poder espiritual que es supera por mucho las ciencias terrenales, entonces o ahora. Como escribe san Lucas:
“Y descendió con ellos, y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados. Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos” (Lc 6:17-19).
Aquí, en la Arquidiócesis de Indianápolis, tenemos la suerte de contar con parroquias que llevan el nombre de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Estas comunidades parroquiales nos recuerdan que todos estamos llamados a ser “evangelizadores llenos del Espíritu,” que es el término del Papa Francisco para nuestra responsabilidad bautismal de compartir nuestra fe con los demás.
Muchos católicos son evangelizadores reacios. Con demasiada frecuencia, dudamos en hablar abiertamente y con entusiasmo de nuestra fe, bien porque no estamos seguros de las enseñanzas de la Iglesia, bien porque no confiamos en nuestra capacidad para dar un testimonio creíble del significado del catolicismo en nuestras vidas.
En su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), el Papa Francisco nos insta a superar esta vacilación. Nos recuerda que esto es precisamente lo que Jesús ordenó hacer a sus seguidores cuando ascendió al cielo. A sus discípulos tímidos y reacios, Jesús les dijo:
“Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8-9).
También nosotros podemos convertirnos en testigos seguros de la verdad de nuestra salvación en Cristo. Meditando sobre las palabras de san Lucas y de los demás autores del Nuevo Testamento, y viviendo nuestra fe en nuestra vida cotidiana de manera sencilla y humilde, también nosotros podemos ser evangelizadores llenos del Espíritu. Podemos proclamar la verdad con amor y compartir con los demás la Buena Nueva de que Cristo nos ha liberado. †