Cristo, la piedra angular
¿Qué necesitamos para ser felices? Posemos la mirada en san Francisco
Hoy es el memorial de san Francisco de Asís. Los santos son hombres y mujeres que nos inspiran por su santidad y su calidad humana; son “íconos” de Cristo, imágenes vivas que nos presentan diferentes aspectos del rostro de Jesús, que es Dios encarnado.
Algunos santos son grandes maestros, otros se entregan por entero al cuidado de los pobres y los enfermos, como hizo Jesús; algunos sacrifican su vida y mueren como mártires, como hizo Jesús.
Todos renuncian a sus deseos personales para hacer la voluntad de Dios, como hizo Jesús cuando oró: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22:42). Los santos son reflejo de nuestro Salvador, Jesucristo, que muestran rasgos particulares de la naturaleza humana y divina de nuestro Señor.
Nuestro actual Santo Padre eligió tomar el nombre de Francisco en honor a este gran santo. Cuando se le pregunta por qué decidió honrar a este santo en particular, el Papa Francisco destaca la humildad del santo de Asís, su énfasis en la misericordia de Dios, su preocupación por los pobres, su compromiso con el diálogo interreligioso y su apasionada preocupación por toda la creación de Dios.
Muchas personas, incluidos seguidores de distintas religiones o personas sin religión alguna, dicen que Francisco de Asís es su santo favorito. ¿Por qué? ¿Qué tiene este hombre italiano del siglo XIII que inspira a personas de todas las edades, nacionalidades y puntos de vista filosóficos o religiosos? ¿Qué vemos en Francisco que conmueve tanto nuestras mentes y corazones para reconocer en él la imagen de Dios?
Tal vez sea su sencillez y su alegría. Especialmente para quienes se sienten agobiados por lo complejo de la vida y la profunda ansiedad que conlleva la existencia en nuestra cultura contemporánea, estas características constituyen un testimonio excepcional de la persona de Cristo.
En Francisco de Asís reconocemos a un hombre feliz que sabe vivir con sencillez.
Si bien es cierto que enfrentó grandes sufrimientos, incluidos los estigmas mediante los cuales sintió el dolor de las llagas de Cristo crucificado. Cualquiera que conozca los numerosos obstáculos que Francisco tuvo que superar para cumplir el mandato de Cristo de “reconstruir mi Iglesia” sabe que su vida no fue fácil. Y sin embargo, en medio de todo ello, Francisco emerge como un hombre que amaba la vida y que celebraba la belleza y la maravilla de toda la creación de Dios.
Anhelamos ser como él y poder desprendernos de nuestra dependencia de las cosas materiales. Deseamos poder encontrar la felicidad y la paz en la belleza sencilla y en la celebración gozosa de todos los dones de Dios. San Francisco nos inspira porque lleva sus cargas con ligereza—en marcado contraste con nuestros pesados corazones—y porque puede reír, cantar y bailar en circunstancias que nos causan mucha tristeza y desesperación.
Francisco mantuvo una relación íntima y personal con Jesucristo. Amaba la Eucaristía y buscaba alimento para su alma en el cuerpo y la sangre de Cristo. Era un hombre apasionado, y su reverencia por este gran sacramento le llenaba de un poderoso sentimiento de asombro y maravilla.
Una vez escribió: “Que todos se estremezcan de miedo, que el mundo entero tiemble y que los cielos se regocijen, cuando Cristo, el Hijo del Dios vivo, esté presente en las manos del sacerdote. ¡Oh, estupenda dignidad! Oh, humilde sublimidad, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humille tanto que para nuestra salvación se esconda bajo un pedazo de pan ordinario!”
A menudo se retrata a San Francisco como un espíritu libre, pero también era un hombre de Iglesia pues sabía que esta es el sacramento de la presencia de Cristo entre nosotros, y que en el centro de la Iglesia está la Eucaristía.
Cuando el Señor le pidió a Francisco “reconstruir mi Iglesia,” él respondió desprendiéndose de sus posesiones materiales, sirviendo a los demás, dedicando su vida a la oración y a la proclamación de la palabra de Dios, y desafiándonos a todos (clero, religiosos y laicos) a ser dignos de los dones que hemos recibido de Dios: en la sagrada Eucaristía y en el asombro ante toda la creación.
Francisco fue un gran santo y un hombre alegre cuya sencillez, humildad, fe, amor a Cristo y bondad hacia todo hombre y toda mujer le alegraron en toda circunstancia. San Francisco de Asís nos muestra que existe una conexión íntima entre el sufrimiento, la abnegación, la santidad y la alegría.
¿Qué necesitamos para ser felices? Deberíamos posar la mirada en san Francisco de Asís y seguir su ejemplo. Debemos esforzarnos por convertirnos en santos eucarísticos, ¡hombres y mujeres que estén verdaderamente cerca de Dios! †