Cristo, la piedra angular
La Palabra de Dios nos da sentido, nos llama a la acción en esta Cuaresma
“Enseguida, el Espíritu llevó a Jesús al desierto, y allí fue puesto a prueba por Satanás durante cuarenta días. Estaba con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1:12-13).
El 18 de febrero es el primer domingo de Cuaresma que marca el inicio de la temporada penitencial, el cual se adelante este año ya que, por supuesto, la Pascua es antes de lo habitual (el 31 de marzo) y necesitamos las seis semanas de Cuaresma para prepararnos espiritualmente para el punto culminante del año litúrgico de nuestra Iglesia, la Solemnidad de Pascua.
La lectura del Evangelio de este domingo está tomada del relato abreviado de san Marcos sobre la tentación de Jesús en el desierto (Mc 1:12-15). Estamos tan familiarizados con los relatos más detallados de san Mateo (Mt 4:1-11) y san Lucas (Lc 4:2-14) que quizá nos sorprenda la pasmosa sencillez del relato de san Marcos. Si lo examinamos detenidamente, lo único que nos dice san Marcos es que Jesús estuvo entre fieras, fue tentado por el diablo y atendido por ángeles.
Este sencillo relato de la experiencia de nuestro Señor en el desierto—inmediatamente después de que Juan lo bautizara en el río Jordán—nos dice mucho más de lo que podría resultar evidente en un principio.
En primer lugar, se nos dice que el Espíritu Santo fue la fuerza que “llevó a Jesús al desierto” (Mc 1:12). Inmediatamente después, el Señor es reconocido públicamente como el Hijo amado de Dios, el Redentor largamente esperado, y puesto a prueba. Sin embargo, Jesús no le teme a la prueba; guiado por el Espíritu, va audazmente allí donde Satanás sabe que lo encontrará. Seguro de su identidad y de su misión, el Señor se niega a dejarse manipular por el demonio y se mantiene firme ante la tentación.
San Marcos añade que Jesús estaba “entre las fieras y los ángeles lo servían” (Mc 1:13). Podemos leer esta afirmación de varias maneras, pero lo que está claro es que Jesús está en paz con todas las criaturas de Dios, materiales y espirituales. Las fieras salvajes no lo amenazan y los ángeles se ocupan de él. Es el Hijo de Dios y, por tanto, está en casa en todos los rincones del mundo creado y entre todas las criaturas de Dios.
Tras la declaración inicial sobre la tentación del Señor por Satanás en el desierto, el Evangelio de san Marcos continúa:
Después de que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea para proclamar el evangelio del reino de Dios. Decía: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!” (Mc 1:14-15).
Muchos teólogos y estudiosos de las Escrituras afirman que esta es la proclamación esencial de Jesús, el corazón del kerigma o mensaje fundamental de la buena nueva predicada por Jesucristo.
Con la venida de Jesús al mundo como el Verbo hecho carne, el tiempo de espera ha concluido. Ahora es el momento de que se cumpla; el reino de Dios está entre nosotros aquí y ahora. Lo que se exige de cada uno de nosotros es una acción concreta: Arrepiéntase y crean en Jesucristo, que es en sí mismo la Buena Nueva.
En los Evangelios de san Mateo y san Lucas, se nos dice que Jesús rechazó el ofrecimiento de Satanás de una riqueza y poder inimaginables diciendo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4:4; Lc 4:4).
La palabra de Dios es lo que nos da vida y propósito; por eso se nos invita, y se nos desafía, a arrepentirnos, a abandonar nuestras preocupaciones egoístas y a creer en “todo lo que emana de la boca de Dios,” la Buena Nueva que proclama Jesús a través de su santa Iglesia.
Las seis semanas de Cuaresma que tenemos ahora por delante nos ofrecen mucho tiempo y oportunidades concretas para reflexionar sobre la Palabra de Dios y pasar a la acción. Las prácticas cuaresmales tradicionales de oración, ayuno y limosna (compartir generosamente) pretenden ayudarnos a responder a la llamada de Jesús a arrepentirnos y creer en el Evangelio. Al practicar la abnegación y desviarnos de nuestro camino para ayudar a los demás, descubrimos la alegría que habita en el corazón del discipulado misionero.
Jesús estaba en paz con toda la creación de Dios (simbolizada en el Evangelio de sSan Marcos por los animales salvajes y los ángeles) porque no vivía para sí mismo (“sólo de pan”). Se entregó a la voluntad de su Padre y, en última instancia, se entregó como rescate por los pecadores como nosotros que luchamos por arrepentirnos y creer plenamente en él.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para disciplinarnos espiritual y físicamente. Dediquemos más tiempo a escuchar en oración la Palabra de Dios. Aprovechemos los sacramentos, especialmente la penitencia y la santa Eucaristía, para encontrarnos con el Señor y ampliar nuestra comprensión de la Buena Nueva.
¡Que tengan una Cuaresma bendecida y llena de esperanza! †