Cristo, la piedra angular
Sigamos el ejemplo de misericordia y justicia de Jesús
A muchos nos enseñaron de pequeños la frase “el que tiene techo de vidrio no le tira piedras al vecino.” Eso es, esencialmente, lo que Jesús les dice a los escribas y fariseos en la lectura del Evangelio del domingo: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8:7).
Todos hemos escuchado esta historia muchas veces, por lo que la situación nos resulta conocida. Una mujer ha sido sorprendida en una relación adúltera, y los líderes religiosos de la época de Jesús quieren castigarla con severidad. En un esfuerzo por embaucar a Jesús para que traicione la ley de Moisés, lo desafían diciendo: “Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?” (Jn 8: 4-5) Lo que Jesús dice en respuesta también nos resulta conocido, a saber, que nosotros, que somos pecadores, no podemos permitirnos juzgar a los demás, no sea que se nos aplique esa misma justicia retributiva.
La primera lectura del quinto domingo de Cuaresma (Is 43:16-21) recuerda las hazañas que Dios ha realizado a lo largo del Antiguo Testamento, pero también nos desafía a dejar de lado el pasado y centrarnos en el futuro. Como dice el profeta: “Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo!” (Is 43:18-19).
Lo nuevo, por supuesto, es Jesús. A través del misterio de la Encarnación, toda la creación de Dios ha renacido, y todo lo que la ley y los profetas predijeron se ha cumplido y “se ha hecho nuevo.” Como un poderoso ejemplo de esta completa transformación, la justicia se guía ahora por la misericordia. Ya no se castiga con el “ojo por ojo” ni con la lapidación. De hecho, Jesús le da la vuelta a estas viejas actitudes:
“Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la camisa, déjale también la capa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos” (Mt 5:38-41).
Se nos dice que hagamos un esfuerzo adicional por amor a Dios y al prójimo. Se nos desafía a dejar de lado todo resentimiento que ocasionen los pecados que se han cometido contra nosotros, y se nos instruye a amar a nuestros enemigos y a rezar por los que nos persiguen.
En la segunda lectura del domingo, extraída de la Carta de san Pablo a los Filipenses (Fil 3:8-14), se afirma esta nueva forma de pensar. Como dice Pablo: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil 3:13-14).
¿Qué ganarán los escribas y los fariseos al apedrear a una mujer en cumplimiento de la ley de Moisés? ¿Satisfacción? ¿Justicia? ¿Un sentido de superioridad moral? Además, ¿qué pasa con el hombre que fue su compañero en el acto de adulterio? Mientras los acusadores se centran en condenar a la mujer, no se menciona la culpabilidad del hombre.
Jesús ve más allá de esta hipocresía; escribe cosas en la arena que captan la atención de aquellos y esto ocasiona que se alejen poco a poco. Luego pronuncia estas palabras increíblemente poderosas de amor y misericordia: —“Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?” —“Nadie, Señor.” —Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (Jn 8:10-11).
Jesús no dice “No has hecho nada malo”; le dice explícitamente que cambie su forma de actuar. Pero la forma en que trata a esta pecadora en particular, y, podemos inferir que a su pareja también, es la misma forma en que nos trata a todos los pecadores: nos respeta, nos ama y nos invita a arrepentirnos y no pecar más.
Cuando se trata del egoísmo y el pecado, todos tenemos techo de vidrio. Ninguno de nosotros tiene por qué tirar piedras a los demás, independientemente de la gravedad de sus pecados. Esto no significa que debamos tolerar la injusticia o ignorar las cosas malas que se hacen a los demás. Tenemos el reto de denunciar toda forma de abuso (especialmente a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad) y de trabajar por la justicia y la paz en nuestros hogares, nuestros vecindarios y nuestro mundo. Pero se nos desafía a hacerlo a la manera de Jesús: con humildad, compasión y amor abnegado.
Mientras continuamos nuestro viaje cuaresmal, recemos para tener el valor y la sabiduría de seguir el ejemplo de Jesús, y ser misericordiosos y justos a la vez. †