Cristo, la piedra angular
Cristo es a la vez rey y siervo
“En esa visión nocturna, vi que alguien con aspecto humano venía entre las nubes del cielo. Se acercó al venerable Anciano y fue llevado a su presencia, y se le dio autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido!” (Dn 7:13-14).
Este domingo celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo (Cristo Rey). A los estadounidenses nos cuesta relacionarnos con la idea de que Jesús es un rey ya que hace más de 200 años rechazamos la idea de la realeza en favor de un experimento de gobierno democrático que nuestros fundadores insistieron en que era la mejor manera de organizar la sociedad y garantizar los derechos humanos y la libertad. No aceptamos reyes, reinas o dictadores terrenales, pero podemos aceptar a Cristo como nuestro rey cuando comprendemos que, como le dice a Pilato en la lectura del Evangelio del domingo: “mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36).
La clave para entender a Jesucristo como “rey del universe” se encuentra en las lecturas seleccionadas por la Iglesia para esta gran festividad. En el salmo responsorial (#93), el salmista celebra el esplendor y la permanencia del reino de Dios y de sus preceptos. Solo Dios gobierna en el cielo y en la Tierra, y únicamente sus decretos son dignos de confianza. El profeta Daniel (Dn 7:13-14) habla de un rey cuyo dominio nunca será vencido, “su reino jamás será destruido” (Dn 7:14). Y por último, tenemos las imágenes que nos presenta el Apocalipsis (Ap 1:5-8), que presentan a Jesús triunfante, y el Evangelio de san Juan, que muestra a Jesús derrotado y preparándose para su crucifixión.
¿Qué clase de rey se presenta ante un representante de la autoridad y el poder de los romanos en absoluta humillación y aparente impotencia? ¿Qué clase de rey acepta de buen grado el castigo injusto y la muerte cruel que le espera en la cruz? Seguramente se trata de un rey muy diferente que puede decir: [Si mi reino fuera de este mundo] “mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36).
Jesús es un rey que a la vez es siervo, un esclavo que ocupa el peldaño más bajo de la escala sociopolítica de su época y de todos los tiempos. No gobierna haciendo valer el poder terrenal, ni manipulando las opiniones de los demás, sino aceptando la voluntad de su Padre y dando su vida como rescate por nuestros pecados.
Jesús es el líder-servidor por excelencia. Tal como les dice a sus discípulos, y a todos nosotros, el camino hacia el Reino de los Cielos es un camino de servicio, no una gran autopista, y la verdadera grandeza se mide por nuestra voluntad de servir a los demás. Si queremos seguir a Cristo nuestro Rey, debemos abandonar nuestras viejas ideas sobre el liderazgo, el gobierno y el poder político y sustituirlas por un servicio humilde y abnegado.
La solemnidad de Cristo Rey es un día para que los católicos nos reafirmemos en la verdad de la soberanía de Cristo sobre todas las cosas visibles e invisibles, para escuchar su voz y obedecer su palabra. Únicamente bajo el reinado de Cristo, que es a la vez rey y siervo, experimentaremos la verdadera libertad y veremos la renovación en nuestra Iglesia y en nuestro país. Especialmente mientras caminamos juntos en el “sínodo de sínodos,” debemos escuchar en oración la Palabra de Dios que nos revela quién es Jesús y quiénes somos nosotros como mujeres y hombres llamados a seguirlo. Su camino nos conduce infaliblemente a atravesar el vía crucis para llegar a la alegría de la vida eterna.
Como discípulos misioneros de Jesucristo, alcanzamos nuestra libertad más plenamente en el servicio a Dios, a su pueblo y a toda su creación. Alcanzamos la libertad y la materialización de nuestros derechos fundamentales y nuestra dignidad cuando nos vaciamos de nuestra propia comodidad y damos testimonio del Reino de Dios, incluso cuando este exige sufrimiento y obediencia, hasta la muerte.
El gobernante soberano que adoramos no se parece en nada a los gobernantes terrenales que reclaman nuestra obediencia, nuestro respeto deferente por su autoridad política o su retórica persuasiva. Nuestro Señor Soberano es también nuestro servidor. Es el soberano de todo lo visible y lo invisible, porque es el Hijo unigénito de Dios que se ha entregado desinteresadamente por la redención del mundo.
“Yo soy el Alfa y la Omega—dice el Señor Dios—, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1:8). ¡Adoremos a Cristo Rey! †