Cristo, la piedra angular
Recemos por la gracia de hacer la elección correcta
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6:68).
La lectura del Evangelio del domingo 21.º del tiempo ordinario (Jn 6:60-69) menciona a los discípulos que dejaron a Jesús porque su enseñanza era “demasiado difícil” para ellos. Y lo que es más importante: cita a Pedro hablando en nombre aquellos discípulos que eligieron permanecer con Jesús a pesar de los sacrificios que se les exigían.
Vivimos en una época en la que muchos católicos siguen los pasos de los discípulos que dijeron: “Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?” (Jn 6:60).
Muchos llegan a la conclusión de que el modo de vida que Jesús exige a los auténticos discípulos misioneros no es para ellos. “Desde entonces—dice san Juan—muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él” (Jn 6:66).
El camino de la vida propuesto por Jesús ciertamente no es el más fácil ni el más suave. Se necesita valor y compromiso, y requiere una cantidad significativa de amor abnegado por Dios y por nuestro prójimo.
Las enseñanzas de Jesús son difíciles. Por ejemplo, “Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt 16:24). O “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia” (Mt 10:34-36).
Estos y muchos otros ejemplos demuestran que, como nos recuerda con frecuencia el Papa Francisco, el camino del Señor no es el de menor resistencia. Exige que “nos levantemos de la comodidad nuestros sofás” y salgamos a proclamar el Evangelio, a curar a los enfermos y a los atribulados, y a “expulsar a los espíritus malignos,” al ser defensores de la justicia y la paz en nuestro agitado mundo.
“¿Esto les causa tropiezo?,” pregunta Jesús a sus discípulos. “¿Qué tal si vieran al Hijo del hombre subir adonde antes estaba? El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de ustedes que no creen” (Jn 6:61-64).
Las palabras de Jesús son Espíritu y vida. Ambos nos inspiran y desafían a arrepentirnos, a cambiar nuestros hábitos egoístas y pecaminosos, y a creer que el Espíritu Santo nos guiará para vivir el Evangelio en nuestra vida cotidiana.
Como se desprende de la primera lectura de la misa de este domingo, extraída del libro de Josué (Jos 24:1-2a, 15-17, 18b), esta situación no es nueva en la historia del judaísmo ni del cristianismo. Cada época se enfrenta a una elección: ¿Serviremos a Dios o seguiremos otro camino?
“Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén. Allí convocó a todos los jefes, líderes, jueces y oficiales del pueblo. Todos se reunieron en presencia de Dios. Josué se dirigió a todo el pueblo, y le exhortó: ‘Pero, si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor’ ” (Jos 24:1-2, 15).
Jesús hace la misma pregunta a sus discípulos: “¿También ustedes quieren marcharse?” Conocemos la respuesta de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6:67-69).
¿Por qué Pedro y muchos otros discípulos permanecen fieles? Podemos hacer la misma pregunta a todos los santos y mártires a lo largo de los 2,000 años de historia cristiana. ¿Por qué soportar las dificultades, el ridículo, el miedo e incluso la muerte cuando hay caminos más fáciles de seguir? ¿Por qué negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguir a Jesús?
La respuesta de una sola palabra es “alegría.” Jesús es la fuente de una alegría profunda y duradera. Su camino conduce a la satisfacción de nuestros corazones hambrientos. Nos alimenta, nos consuela y nos ama incondicionalmente. El sendero de Cristo no es sencillo, pero como atestiguan todos los santos (incluidos los santos de a pie), su yugo es fácil y su carga es ligera (Mt 11:30).
La gracia de Dios hace que las dificultades impuestas por las leyes del amor sean fáciles de soportar. No, el sendero de Jesús no es el más fácil, pero nuestro Señor nunca nos pide que asumamos una carga sin ayudarnos a llevarla. Todos debemos elegir: ¿Viviremos solamente para nosotros mismos (lo que parece fácil pero acaba siendo muy difícil)? ¿O vamos a servir al Señor y vivir para los demás?
Pidamos por la gracia de tomar la decisión correcta, hoy y todos los días de nuestra vida. †