Cristo, la piedra angular
Dios nos cura y transforma en la Eucaristía
La lectura del Evangelio del 17.º domingo de tiempo Ordinario (Jn 6:1-15) relata la historia que todos conocemos del milagro de la transformación de los panes y los peces.
Jesús se compadece de la gran multitud de personas que han acudido a escuchar su predicación; cuando les pregunta a los discípulos: “¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?” (Jn 6:5), la respuesta de Felipe demuestra frustración: “Ni con el salario de ocho meses podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno” (Jn 6:7). Al igual que los problemas sociales a los que nos enfrentamos hoy en día—el hambre, la falta de vivienda, la adicción, el desempleo, la falta de acceso a la atención médica—las soluciones propuestas parecen totalmente inalcanzables.
Jesús resuelve el problema tomando lo que tiene a su alcance (cinco panes de cebada y dos pescados) y utilizándolos para alimentar a 5,000 personas, con 12 cestas de mimbre de sobra. Esto es un milagro de la abundancia de Dios que supera la escasez humana.
Según el Evangelio de San Juan, la multiplicación de los panes y los peces por parte de Jesús es un signo de la Eucaristía. Las palabras: “Jesús tomó entonces los panes, dio gracias y distribuyó a los que estaban sentados todo lo que quisieron. Lo mismo hizo con los pescados” (Jn 6:11), anticipan la Cena del Señor y el milagro que se produce cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Como en todo sacramento, la materia es física (pan y vino, agua, aceite) pero la forma es espiritual (transformación, renacimiento, curación y perdón). El milagro de los panes y los peces es una dramática ilustración de la capacidad de Dios para superar nuestras debilidades y suministrar todo lo que necesitamos para escuchar atentamente su Palabra y responder generosamente desde el corazón.
En su discurso del Ángelus del Corpus Christi, el 6 de junio, el papa Francisco dijo: “Cada vez que recibimos el Pan de Vida, Jesús viene a dar un nuevo sentido a nuestras fragilidades. Nos recuerda que a sus ojos somos más valiosos de lo que pensamos. Nos dice que se complace si compartimos con Él nuestras fragilidades. Nos repite que su misericordia no teme nuestras miserias.”
Lo que ocurrió cuando Jesús alimentó a 5,000 personas con tan pocos panes y peces fue una demostración de la fragilidad humana superada por la Misericordia Divina. Lo que es imposible para nosotros, frágiles seres humanos, no representa un problema para Dios.
“La misericordia de Jesús no teme nuestras miserias,” dice el papa Francisco. “Y, sobre todo, nos cura con amor de aquellas fragilidades que no podemos curar por nosotros mismos.”
El amor es lo que alimentó a las 5,000 personas sentadas en la hierba al pie de la montaña. La compasión de Jesús es siempre transformadora. Su amor cura a los enfermos, expulsa a los demonios y resucita a Lázaro. Su Cuerpo y su Sangre nos alimentan y nos transforman de personas egocéntricas en hermanas y hermanos fuertemente unidos, que no viven para sí mismos, sino para Dios y para los demás.
El papa Francisco da algunos ejemplos comunes de las fragilidades humanas que Jesús cura en la Eucaristía:
¿Qué fragilidades? Pensemos: la de sentir resentimiento hacia quienes nos han hecho daño —esta no la podemos sanar solos—; la de distanciarnos de los demás y aislarnos en nuestro interior—esta no la podemos sanar solos—; la de autocompadecernos y quejarnos sin encontrar descanso—tampoco esta la podemos sanar nosotros solos—. Es él quien nos sana con su presencia, con su pan, con la Eucaristía.
En cada caso, al igual que los discípulos enfrentados a la gran multitud de hambrientos, nuestros propios recursos limitados no están a la altura de los desafíos a los que nos enfrentamos. Únicamente al confiar en la gracia de Dios podemos esperar responder eficazmente.
“La Eucaristía sana porque nos une a Jesús: nos hace asimilar su manera de vivir, su capacidad de partirse y entregarse a los hermanos, de responder al mal con el bien,” dice el Papa. “Nos da el valor de salir de nosotros mismos y de inclinarnos con amor hacia la fragilidad de los demás. Como hace Dios con nosotros.”
Salirnos de nosotros mismos, e inclinarnos con amor, es exactamente lo que hizo Jesús cuando multiplicó los panes y los peces, compartiéndolos con la multitud. Es exactamente lo que ocurre cuando se entrega a nosotros en la santa Eucaristía.
“Esta es la lógica de la Eucaristía,” concluye el Santo Padre. “Recibimos a Jesús que nos ama y sana nuestras fragilidades para amar a los demás y ayudarles en sus fragilidades. Y esto durante toda la vida.” Recibimos el Pan de Vida para poder dar gracias y distribuirlo a los demás.
Demos gracias a Dios por el milagro de su amor compartido generosamente con nosotros en la Eucaristía. Que la compasión de Jesús nos transforme en hermanos y hermanas que se cuidan mutuamente. †