Cristo, la piedra angular
No hay paz sin tranquilidad; no hay tranquilidad sin contemplación
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 16 de julio, la festividad de Nuestra Señora de san Agustín. Este es uno de los muchos días señalados en el calendario litúrgico de la Iglesia para honrar a la Santísima Virgen María.
Las diferentes festividades celebran aspectos específicos de la vida de María, como la Anunciación, la Inmaculada Concepción y la Asunción y, con frecuencia, de los lugares asociados a sus apariciones desde su asunción al cielo al final de su tiempo en la Tierra, como Fátima, Guadalupe y Carmen.
La festividad de Nuestra Señora del Monte Carmelo fue instituida en el siglo XIV por la Orden del Carmelo como conmemoración al día de 1251, en el cual la Virgen se le apareció a san Simón Stock y le entregó el escapulario café, que, según explicó el papa emérito Benedicto XVI, “es un signo de entrega filial a la protección de la Virgen Inmaculada.” El papa san Juan Pablo II dijo que llevaba un escapulario al cuello “desde muy pequeño.”
Nuestra Señora del Monte Carmelo es la patrona de los carmelitas, mujeres y hombres que se esfuerzan por vivir de manera contemplativa en nuestro mundo cada vez más agitado y distraído. Los carmelitas buscan a María como fuente de inspiración para su oración y para que les ayude a desarrollar un sentido de profunda calma, confiando en la Providencia de Dios en todas las circunstancias, especialmente en los momentos de dificultad.
Según el Padre Bede Edwards, de la Orden Secular de los Carmelitas Descalzos, en su libro St. Simon Stock—The Scapular Vision & the Brown Scapular Devotion, la devoción de los carmelitas a Nuestra Señora del Monte Carmelo refleja:
... una llamada especial a la vida interior, que es preeminentemente una vida mariana. La Virgen quiere que nos parezcamos a ella no sólo en nuestra vestimenta exterior, sino, mucho más, en el corazón y en el espíritu. Si miramos en el alma de María, veremos que la gracia en ella ha florecido en una vida espiritual de incalculable riqueza: una vida de recogimiento, de oración, de oblación ininterrumpida a Dios, de contacto continuo y de unión íntima con Él. El alma de María es un santuario reservado solamente para Dios, donde ninguna criatura humana ha dejado su huella, donde reinan el amor y el celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres.
En el clima político, social y económico actual, la importancia de la contemplación resulta más urgente que nunca. Como individuos y como sociedad, con demasiada frecuencia utilizamos la actividad para distraernos de la ansiedad, el miedo y la soledad que nos causan tanta confusión y dolor. Dada nuestra cultura moderna, habría que actualizar el viejo dicho de que “el silencio es oro” y preguntar si el silencio es de platino o de titanio. Todos debemos imitar a María, como se esfuerzan los carmelitas, en su “vida de recogimiento, de oración, de oblación ininterrumpida a Dios, de contacto continuo y de unión íntima con Él.” No puede haber paz sin tranquilidad, y para nuestras mentes y corazones inquietos y agitados, la tranquilidad no es posible sin alguna forma de contemplación.
La Virgen del Carmen está estrechamente asociada a los esfuerzos por promover la paz mundial, especialmente mediante la eliminación de las armas nucleares. Resulta que la primera bomba atómica explotó en Estados Unidos en el sitio de pruebas de Trinity el 16 de julio de 1945, cerca de Alamogordo, en Nuevo México. Para muchos católicos, que esta fecha coincida con la fiesta de Nuestra Señora del Carmen es una oportunidad para implorar a la Virgen que persuada a los líderes mundiales para que pongan fin de forma decisiva y permanente al desarrollo y al uso de las armas nucleares.
En este Año de San José, tenemos una oportunidad única de conectar la dimensión contemplativa de la vida de María con la de su esposo, la figura paterna más silenciosa pero poderosamente presente en la historia de la salvación. San José era un hombre justo, un hombre “recto,” nos dicen las Escrituras. Era firme en su fe, trabajador, buen ciudadano y abierto a la voluntad de Dios para él y su familia. Amaba a su mujer y a su hijo y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerlos.
El silencio contemplativo de san José, mucho más que las palabras, comunica la clase de hombre que era y lo que tiene que enseñarnos hoy. José vivió en una época de graves disturbios políticos. Sabía lo que era ser un indigente, un emigrante obligado a huir de su tierra y un padre que no siempre entendía lo que su hijo pensaba o hacía. Sobre todo, José es el patrono de todos los que buscan aceptar con calma y tranquilidad la voluntad de Dios en momentos de duda o peligro.
Nuestra Señora del Monte Carmelo y san José Carpintero, rueguen por nosotros; Ayúdennos a encontrar la paz contemplando, y luego imitando, a su Hijo. Enséñenos a escuchar con atención la Palabra de Dios, y a los demás, para que seamos artífices de la paz en un mundo donde la división y la violencia abundan. †