Cristo, la piedra angular
La devoción al Sagrado Corazón es más necesaria ahora que nunca
“Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua” (Jn 19:34).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 11 de junio, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta celebración nos llama la atención sobre uno de los temas predilectos del papa Francisco: la ternura de Dios.
La vida y las enseñanzas de Jesús destacan la importancia de la misericordia, la compasión y la atención a las necesidades de los demás, especialmente de los pobres y vulnerables entre nosotros. Todas estas son cualidades que fluyen de un corazón lleno de amor y bondad. Jesús nunca fue mezquino, crítico o brusco. Cuando tuvo que criticar (incluso regañar) a quienes eran hipócritas o injustos, dijo la verdad con amor y humildad, y siempre dejó espacio para que los pecadores se arrepintieran y fueran salvados por la asombrosa gracia del amor de Dios.
La primera lectura de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tomada del profeta Oseas (Os 11:1, 3-4, 8-9), habla del amor desbordante de Dios por su pueblo:
“Dentro de mí, el corazón me da vuelcos, y se me conmueven las entrañas. Pero no daré rienda suelta a mi ira, ni volveré a destruir a Efraín. Porque en medio de ti no está un hombre, sino que estoy yo, el Dios santo, y no atacaré la ciudad” (Os 11:8-9).
Nuestros pecados pueden provocar a Dios hasta el punto de generar su “ira,” pero Él siempre cede. La ternura de Dios prevalece; Su amor es eterno; Su misericordia se extiende de generación en generación.
Por la gracia del bautismo, abrimos nuestro propio corazón al Sagrado Corazón de Jesús. Como escribe san Pablo a los Efesios, y a nosotros, se nos invita a dejar que el Espíritu Santo nos fortalezca con el poder del amor de Dios:
“Para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Ef 3:17-19).
Para estar “arraigados y cimentados en amor,” debemos tener el corazón de Jesús. Esto significa que debemos acudir a él cuando nos sintamos tristes o solos, cuando estemos enfadados o descolocados, y cuando estemos confundidos o llenos de incertidumbre sobre lo que Dios espera de nosotros.
La lectura del Evangelio de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Jn 19:31-37) nos recuerda que el verdadero amor exige sacrificio.
Hoy en día, con demasiada frecuencia, se nos hace creer que el amor es una forma de autogratificación en lugar de una costosa, y a veces dolorosa, entrega de sí mismo por el bien de los demás. La muerte de Jesús en una cruz habla de un tipo de amor muy diferente, uno que se rinde completamente a la voluntad de Dios. El Sagrado Corazón de Jesús está lleno de misericordia y compasión. Por su sagrado corazón, perforado por nuestros pecados, hemos sido liberados del pecado y de la muerte, libres para amar a Dios y al prójimo.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es más necesaria ahora que nunca, cuando salimos de más de un año de pandemia, malestar social y dificultades económicas. Especialmente en nuestro rencoroso clima político, en el que escasean el discurso civil, el diálogo abierto y la capacidad de escucharse mutuamente con respeto, la ternura de Dios es muy necesaria. Tal como proclamamos en la antífona de entrada de hoy, “Los designios del corazón de Dios son, de una época a otra, librarlos de la muerte, y en épocas de hambre los mantiene con vida” (Sal 33:19).
En contra de lo que algunos podrían pensar, la ternura de Dios no es debilidad o indiferencia ante el pecado o el mal. Cuando Jesús perdonó a los pecadores, les mostró la profundidad de su amor por ellos. Pero también los exhortó a que se arrepintieran y no pecaran más. La misericordia de Dios se nos da para que podamos encontrar la redención y la vida nueva en Él. En lugar de ser severo o crítico, el Sagrado Corazón de Jesús irradia una forma de sanación espiritual y esperanza para todos los que acuden a Él con la mente y el corazón abiertos.
En el salmo responsorial de hoy, del profeta Isaías, cantamos, ¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡Él es mi salvación! Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación (Is 12:2-3).
La alegría es nuestra por el amor abnegado de Jesús. Que su Sagrado Corazón nos llene de amor y de bondad, de curación y de esperanza, para que podamos amar a los demás, incluso a aquellos con los que tenemos profundas diferencias o nos desagradan, con un corazón generoso y respetuoso. †