Cristo, la piedra angular
Cristo permanece cerca de nosotros, incluso después de ascender al cielo con su Padre
Uno de los momentos culminantes de nuestra celebración del tiempo de Pascua es la solemnidad de la Ascensión del Señor. Aquí en nuestra Arquidiócesis, como en la mayoría de las diócesis de Estados Unidos, celebraremos esta gran fiesta el domingo 16 de mayo.
La ascensión del Señor al cielo se relata en la primera lectura del domingo (Hch 1:1-11):
“Después de haber dicho esto, ellos lo vieron elevarse y ser recibido por una nube, que lo ocultó de sus ojos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: ‘Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir’ ” (Hechos 1:9-11).
Como se desprende de esta cita de la Sagrada Escritura, los discípulos no estaban preparados para manejar la partida del Señor de esta manera. Temían que una vez más quedaran solos para enfrentarse a un mundo que era hostil a Jesús y a ellos, y se quedaron efectivamente paralizados mirando al cielo. Los dos ángeles (hombres vestidos de blanco que de repente se pusieron a su lado) les reprendieron diciendo que Jesús “vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hch 1:11).
Este es un ejemplo más del principio del “tanto y el como” que tanto abunda en la teología católica. La ascensión del Señor al cielo es una ida y una venida; es a la vez un retorno a la derecha del Padre y una promesa de permanecer siempre cerca de nosotros.
El papa emérito Benedicto XVI ofrece la siguiente reflexión sobre la ascensión del Señor en su libro Jesús de Nazaret (Segunda Parte, Epílogo):
El Jesús que parte no se dirige a una estrella lejana. Entra en comunión de poder y vida con el Dios vivo, en el dominio de Dios sobre el espacio. Por eso no se ha “ido,” sino que ahora y siempre, por el propio poder de Dios, está presente con nosotros y para nosotros.
“El cielo” no es un lugar geográfico sino una comunión, el estado de estar unido a Dios y a todos los ángeles y santos que comparten la vida divina, la visión beatífica. Cuando decimos que Jesús “ascendió,” utilizamos una imagen espacial para describir un misterio trascendental, algo que está más allá de los límites del espacio y del tiempo. Jesús no se fue sino que se acercó más. Está tanto sentado a la derecha de Dios como con nosotros aquí y ahora por el poder del Espíritu Santo.
La lectura del Evangelio para la solemnidad de la Ascensión del Señor (Mc 16:15-20) deja muy
claro que, incluso después de que “fue recibido en el alto cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16:19), colaboró con sus discípulos, trabajando con ellos y “confirmando la palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16:20).
Lejos de abandonarlos (o abandonarnos), Jesús está realmente presente ahora y siempre en la Palabra, los sacramentos y el servicio a todos los miembros de la familia de Dios. Una vez más, el papa Benedicto afirma que “la ascensión no significa la partida hacia una región remota del
cosmos, sino más bien la continua cercanía que los discípulos experimentan tan fuertemente que se convierte en una fuente de alegría duradera.”
El papa Francisco ha dicho repetidamente que la “cercanía” y el “acompañamiento” conducen a la alegría de Cristo resucitado. Si caminamos con Jesús, reconociéndolo en el rostro de todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los pobres y marginados, encontraremos una felicidad que supera las expectativas de nuestro corazón. El Señor no nos abandona con su ascensión al cielo: permanece con nosotros, en formas nuevas y poderosas, para acompañarnos en las alegrías y las penas de nuestro viaje individual y comunitario hacia nuestro hogar celestial.
En la segunda lectura de la Ascensión (Ef 1:17-23), san Pablo reza:
“Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo, sino también en el venidero” (Ef 1:18-21).
Jesús está tanto por encima de nosotros como más cerca de lo que podemos imaginar. Que nuestros corazones se iluminen y se llenen de alegría ante la presencia real del Señor resucitado en la Palabra, los sacramentos y el servicio a todos. †