Cristo, la piedra angular
El pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo
“Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en su memoria. Instruidos por sus sagradas enseñanzas,
consagramos el pan y el vino para la salvación.
Se les da un Dogma a los cristianos: que el pan se convierte en la Carne
y el vino en la Sangre de Cristo.” (De “Lauda Sion,” secuencia de la Solemnidad de Corpus Christi)
Este domingo celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi). A medida que entonamos la secuencia de esta gran festividad, la eucaristía se convierte en un recordatorio eterno de nuestra redención y nuestra participación en el acto sacrificial en el que nuestro Señor derramó su amor por nosotros.
En la eucaristía, la Palabra de Dios se transforma en carne una vez más; cada vez que se celebra la misa, el Señor se entrega a nosotros; cada vez que nos reunimos para adorarlo y participar en su maravilloso acto de inmolación, nos encontramos con la persona de Jesucristo de la forma más íntima posible.
Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, nos unimos a él en amor y verdad. ¿Acaso existe algo que pueda ser más excelso? ¡Qué privilegio tan inimaginable! Nosotros, que no somos dignos de que el Señor entre en nuestros corazones, recibimos un acceso sumamente íntimo de él.
Cuando el pan y el vino ordinarios se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo, sucede algo verdaderamente extraordinario. Y cuando nosotros que somos seres humanos ordinarios recibimos este sacramento, nos unimos a Cristo y entre nosotros de la forma más extraordinaria.
San Alfonso Ligorio, fue un escritor espiritual, teólogo y predicador inspirador de origen italiano y ascendencia española que vivió en el siglo XVIII. Fue el fundador de la orden religiosa a la cual pertenece el cardenal Joseph W. Tobin, la Congregación del Santísimo Redentor (la Congregación Redentorista) y, hacia el final de su vida fue consagrado obispo, responsabilidad que aceptó con reticencia dada su avanzada edad y su precaria salud. Afortunadamente para nosotros, san Alfonso dedicó buena parte de su tiempo como obispo a escribir sermones, libros y artículos para fomentar la devoción al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen María.
Uno de los temas que exploró san Alfonso fue la presencia de Jesús en lo oculto del Santísimo Sacramento. Visite cualquier iglesia parroquial de nuestra arquidiócesis o cualquier capilla en la que esté expuesto el Santísimo Sacramento y encontrará allí al Señor, verdaderamente presente, noche y día, todas las semanas y meses del año (excepto el Viernes Santo y el Sábado de Gloria), oculto en su morada del sagrario.
Allí nos espera como un amante que callada pero ansiosamente anticipa el regreso del ser amado que se encuentra lejos desde hace días, semanas, meses o incluso años. ¿Cuánto tiempo lleva esperándonos? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que reconocimos su verdadera presencia en la sagrada eucaristía y lo recibimos piadosamente en la misa? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que nos arrodillamos ante él fuera del contexto de una misa y reconocimos el regalo de su inmolación?
San Alfonso escribió una vez que “no hay nada que pueda hacer un alma que agrade más a Dios que comunicarse en un estado de gracia.” Esta afirmación aparentemente simple encierra una enorme sabiduría espiritual. Dios se regocija cuando acudimos Él de manera reverente, digna, ansiosos y conscientes de Su inmenso amor hacia nosotros. Cuando nos comunicamos con Él expresamos nuestra adoración, humildad, tierno afecto, necesidad de perdón y deseo de unirnos con Él en mente y corazón, cuerpo y alma.
¿Acaso usted se ha entregado últimamente al Señor? Acuda a Él. Comuníquese con Él: acuda a la misa, reciba la sagrada eucaristía, visite la capilla de adoración y abra su corazón a Él. Quizá parezca que está oculto, pero nuestra fe nos dice con certeza absoluta que Jesucristo está verdaderamente presente, y que tenemos acceso a su cuerpo y su sangre en este maravilloso sacramento de amor.
Nuestra debilidad humana no le da el verdadero valor que esto tiene; muy a menudo, realizamos mecánicamente estas acciones y apenas reflexionamos y reconocemos la maravilla que nos ocurre cuando recibimos la sagrada comunión. Esto se denomina «nuestro sacrificio de paz» porque nuestra comunión con Jesús es algo muy costoso para él ya que tuvo que entregarlo todo para que pudiéramos unirnos a él.
A través de este estupendo sacramento nos encontramos con la persona Jesucristo de la forma más íntima posible. A medida que recibimos su cuerpo y su sangre, nuestro cuerpo se revitaliza y nuestra alma se renueva en él.
Renovemos nuestra capacidad de asombro y de maravillarnos ante las bendiciones indescriptibles que recibimos cuando la humanidad de Jesús se funde con la nuestra y su divinidad nos transforma y nos renueva. †