Cristo, la piedra angular
Acudamos a Jesús cuando las tentaciones del demonio se adentren en nuestras vidas
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre” (Lc 4:1-2).
La lectura del Evangelio del Primer Domingo de Cuaresma (Lc 4:1-13) relata la historia que todos conocemos de que el demonio tentó a Jesús. Jesús resiste las tres tentaciones y repudia a Satanás, pero hay algo en este relato que no nos deja hacerlo a un lado tan fácilmente.
El demonio tentó mucho la humanidad de Jesús en el desierto: su hambre era real, al igual que su temor y sus ambiciones (su deseo de llevar a cabo su misión). Tal como lo hace siempre, el demonio aprovechó la oportunidad y se valió de la debilidad de Jesús.
Jesús resistió las tentaciones pero, desafortunadamente, allí no termina la historia. San Lucas nos dice que “una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de [Jesús], hasta el momento oportuno” (Lc 4:13). La obra oscura de Satanás continuó después de este episodio y justo hasta el momento de la muerte de Jesús en la cruz. Nuestro Señor continuó siendo objeto de tentaciones, por ejemplo, en el jardín de Getsemaní, hasta el momento en que se entregó definitiva e irrevocablemente a la voluntad de su Padre.
Esto nos habla acerca de cómo el demonio nos acecha incesantemente y también es un recuerdo potente de que, no importa cuán fuerte sea la voluntad de nuestro espíritu, nuestra carne es débil.
Necesitamos que las palabras y el ejemplo de Jesús nos inspiren y nos sostengan frente a nuestras propias tentaciones. También tenemos que resistir todos los pensamientos (auspiciados también por el demonio) de que somos capaces de superar el mal con nuestro propio esfuerzo. Por más férrea que sea la voluntad humana, no se compara con el poder del mal. A menos que tengamos la ayuda del poder sobrenatural de la gracia de Dios, nuestros esfuerzos humanos serán inútiles frente al intelecto y la voluntad superior de Satanás.
Afortunadamente, la muerte y resurrección de Jesús vencieron el poder del demonio y gracias a esto nosotros podemos superar todos los obstáculos que el enemigo nos coloque en el camino de nuestra travesía espiritual hacia el cielo. Lo único que tenemos que hacer es invocar a Jesús y seremos salvos.
Es sencillo, pero no fácil. Tal como nos lo dice reiteradamente el Evangelio, Jesús recibía tentaciones constantemente. A instancia del demonio fue ignorado, abochornado, torturado y finalmente crucificado por la misma gente que vino a liberar del poder de Satanás. Al final, superó todas las tentaciones pero nunca fue fácil. ¿Por qué esperaríamos que lo fuera para nosotros?
En la segunda lectura del Primer Domingo de Cuaresma (Rom 10:8-13), san Pablo nos dice que “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rom 10:9). Invocar a Jesús es el antídoto a la influencia venenosa de Satanás en nuestras mentes, corazones y acciones. “Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rom 10:13).
“Invocamos el nombre de Jesús” cuando realizamos las prácticas tradicionales de la Cuaresma de la oración, el ayuno y la limosna. También lo hacemos a través de nuestra oración personal y nuestra participación en la oración comunal de la Iglesia. Mediante estas actividades podemos crecer en nuestra relación personal con el Señor, lo que nos permite tener la mente y el corazón abiertos para recibir la gracia del Espíritu Santo y de este modo poder discernir y llevar a cabo la voluntad del Padre.
La próxima vez que se sienta confrontado con tentaciones, sean estas grandes o pequeñas, intente invocar el nombre de Jesús. Pídale que le dé el valor y la fuerza para resistir tal como él lo hizo. Si colocamos todas nuestras tentaciones en las manos de aquel que ya las ha superado, él vendrá en nuestro auxilio.
Aunque fracasemos y sucumbamos a las tentaciones que se nos presenten, de todas formas, el Señor está listo (¡y deseoso!) de socorrernos. Este es el mismo Señor que nos enseñó a pedir el perdón de nuestro Padre celestial (así como nosotros perdonamos a los demás) y la gracia para evitar tentaciones y alejarnos del mal. Él nos ayudará si se lo permitimos.
La condición humana que compartimos con Jesús nos hace débiles y necesitamos ayuda para resistir las situaciones pecaminosas y las mentiras que nos dicen con regularidad los agentes de la oscuridad. Jesús es nuestra luz y nuestra salvación y al seguir su ejemplo podemos perfeccionar nuestra capacidad para decir “no” a las dulces mentiras que nos dicen varias veces al día.
Recemos para recibir la gracia de poder decir, junto con Jesús: No solo de pan vive el hombre. … Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto. … No tentarás al Señor, tu Dios. †