Cristo, la piedra angular
La Cuaresma y el ayuno para la salud de la mente, el cuerpo y el espíritu
“El cuarto mandamiento [‘abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia’] asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón”
(Catecismo de la Iglesia Católica, #2043).
La época de la Cuaresma nos recuerda que, como discípulos misioneros de Jesucristo, estamos llamados a observar las disciplinas espirituales de la oración, el ayuno y la limosna.
Mediante la oración estamos en contacto con Dios, abiertos a Su voluntad y conectados con Él de una forma profundamente personal.
El ayuno nos brinda la oportunidad de la autoprivación que nos enseña a ser agradecidos por los dones que hemos recibido y a ser humildes ante las tentaciones de la codicia y otros deseos egoístas.
La limosna nos aparta de nosotros mismos para poder compartir con otros los dones espirituales y materiales que hemos recibido de nuestro generoso Dios.
El ayuno y la abstinencia que la Iglesia nos obliga a observar durante la Cuaresma tienen como finalidad recordarnos que la vida del discípulo misionero raramente es fácil. Estamos llamados a seguir a Jesús en el vía crucis, el calvario, para pasar por el mismo tipo de sufrimiento que los santos y los mártires soportaron (en mayor o menor grado) al dar testimonio del Evangelio.
Hace muchos años, cuando la llamada Guerra Fría estaba en su apogeo, se publicó un libro titulado Con Dios en Rusia. Esta obra fascinante relata la historia del padre Walter J. Ciszek, un sacerdote misionero jesuita de Estados Unidos que pasó 23 años en prisión en la ex Unión Soviética.
El testimonio del Evangelio del padre Ciszek se presenta de una forma impactante. Las privaciones y las humillaciones que vivió, que fácilmente podrían haber quebrantado su espíritu y destruido su fe en la providencia de Dios, se ilustran como lo que son en verdad: las heridas de Cristo crucificado que este fiel discípulo compartió voluntariamente para la gloria de Dios.
Durante las distintas etapas de su prolongada prisión, el padre Ciszek vivió en condiciones que a menudo eran espantosas. En una de las cárceles, 120 hombres tuvieron que compartir una celda húmeda, fría y maloliente. Las raciones diarias de comida, cuando las había, consistían en un trozo de pan para el desayuno, una sopa aguada para el almuerzo y gachas para la cena.
Fueron un “ayuno y abstinencia cuaresmales” que duraron casi la totalidad de los 23 años de prisión del padre Ciszek. Los relatos del hambre que pasó y que observó en sus compañeros de prisión, muchos de los cuales sucumbieron a la disentería, son desgarradores, pero también nos recuerdan, de una forma muy impactante, que necesitamos más que pan para crecer y prosperar como seres humanos.
En el epílogo de Con Dios en Rusia, el padre jesuita James Martin escribe:
“Ciszek sufre persecución, captura, torturas, lo golpean, lo interrogan, lo encarcelan y casi muere de hambre. El sacerdote jesuita soporta largas horas en celdas frías y húmedas, hace viajes interminables hacinado en vagones de tren y soporta días y noches helados en campos de trabajo. … Y sin embargo, soporta todo esto con gracia.”
Al leer la historia del padre Ciszek inevitablemente sentimos que, aunque importantes, el ayuno y la abstinencia cuaresmales son meros gestos en el camino hacia el martirio que todos estamos llamados a sufrir a nuestra propia manera.
Pensemos en todas las comodidades de las que gozamos a diario. Muchas de ellas son agradables, pero innecesarias. Muchos de nuestros hermanos en Indiana y en el mundo carecen de las cosas que damos por hecho, entre ellas, comida, vestido, vivienda, empleo y cuidado de salud.
El cumplimiento de las prácticas cuaresmales que nos exige la Iglesia no tiene que ser tan austero como las privaciones que sufrió el padre Ciszek tras la Cortina de Hierro. También es mucho menos intenso que el sufrimiento físico y emocional de los pobres aquí en casa y en todo el mundo. Pero también es un recordatorio importante de que si de verdad queremos seguir a Jesús, el autocontrol y la caridad fraterna exigen que hagamos a un lado nuestros propios intereses y atendamos las necesidades de los demás.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (#2015). Este es el significado y el propósito de la práctica cuaresmal: guiarnos gradualmente hacia la alegría de la Pascua, el presagio de la alegría del cielo.
Que el Señor, quien sufrió humillaciones, tortura y muerte por nuestra salvación, nos acompañe en el camino de la Cuaresma. Que nos guíe por el vía crucis hacia la alegría de la vida eterna. †