Alégrense en el Señor
Mantengámonos cerca de María, la madre de Jesús, nuestra madre
En el contexto del Evangelio según San Juan ocurren dos poderosos incidentes: el capítulo 2 contiene la esperanzadora historia de las bodas de Caná, y el capítulo 19 ofrece la perspectiva de San Juan sobre la crucifixión de Jesús. En ambos incidentes se encuentra presente María, la madre de Jesús y nuestra madre.
Las bodas de Caná es una situación con la que casi todos nos podemos sentir identificados. Una madre y su hijo adulto están en desacuerdo; hay un problema puesto que no hay suficiente vino, y María desea que Jesús intervenga. Él se opone. “—Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús—. Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2:4).
María no le hace caso y les dice a los sirvientes “—Hagan lo que él les ordene” (Jn 2:5). Como resultado, ocurre un milagro doméstico: los invitados de la boda disponen de suficiente vino (¡y no cualquier vino, sino del mejor!)
La presencia de María durante la crucifixión de su hijo es uno de los momentos más tristes de toda la literatura bíblica. Ella lo sigue en el Vía Crucis, la Via Dolorosa, sin poder hacer nada para ayudar o aliviarlo. Entonces, se para frente a la cruz y, sujetándose de Juan –el discípulo amado de Jesús–, observa y aguarda.
“—Mujer, ahí tienes a tu hijo,” le dice Jesús y luego, al discípulo: “—Ahí tienes a tu madre” (Jn 19:26-27).
Y a partir de ese momento, María se convierte en nuestra madre, la que intercede por nosotros ante el trono de Dios. Es ella quien comparte con nosotros su esperanza llena de confianza de que las promesas de Dios se cumplirán.
Tal como lo expresó el papa Francisco: “En silencio, al pie de la cruz, [María] escuchó la esencia de su vida: Ahí tienes a tu hijo. ¡Ahí tienes a tus hijos! Y, a partir de ese momento, comenzó a cuidarnos todavía más.”
María nos dice ahora: “Hagan lo que él les ordene” y nos da un testimonio increíblemente profundo del poder liberador de decirle “sí” a la voluntad de Dios. “—Aquí tienes a la sierva del Señor” le contesta María al ángel (y a nosotros). “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38).
Podríamos decir que con su muerte en la cruz, Jesús nos entregó dos obsequios: primero y principal, nos entregó el don de la vida eterna. Se sacrificó por nosotros y murió para que nosotros pudiéramos vivir para siempre con él. Y después, como otra señal de la generosidad abundante de Dios, Jesús nos entregó a su madre; aquella que le dio vida humana por el poder del Espíritu Santo, ahora nos ayuda a aceptar la vida divina y a seguir a su hijo en el camino hacia la felicidad y la paz.
En el mes de diciembre, la Iglesia nos da dos estupendas festividades para celebrar estos maravillosos obsequios.
El día 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el misterio de la gracia de Dios que permitió que María se encarnara en este mundo sin la carga del pecado. El día 12 de diciembre festejamos a Nuestra Señora de Guadalupe, el símbolo de la unidad de nuestra Santa Madre con los pueblos de toda América.
La Solemnidad de la Inmaculada Concepción resalta el hecho de que María, concebida sin pecado original, es distinta de nosotros.
Tal como señala el papa emérito, Benedicto XVI: “Este privilegio otorgado a María, que la distingue de nuestra condición ordinaria, no nos distancia sino que, al contrario, nos acerca a ella. Si bien el pecado divide y nos separa, la pureza de María la coloca infinitamente cerca de nuestros corazones, atenta a cada uno de nosotros y deseosa de que alcancemos el verdadero bien.”
Lo que distingue a María no la separa de nosotros; su pureza la predispone y la hace más accesible a nosotros, sus hijos.
La festividad de Nuestra Señora de Guadalupe hace énfasis en la cercanía de María con nosotros. En 1531 una “Señora del cielo” se le apareció a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, un humilde indígena en Tepeyac, en una colina al noroeste de lo que hoy en día es la Ciudad de México. Vestía un traje típico y hablaba en su idioma, para que tanto él como todos sepamos que ella es una con nosotros. “No temas,” le dijo la hermosa Señora a Juan Diego. “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
Durante esta temporada tan especial, mientras comenzamos un nuevo año litúrgico y nos preparamos para la Navidad, se nos invita a mantenernos cerca de María, la madre de Jesús y nuestra madre. María señala el camino hacia su hijo. Ella nos recuerda los milagros que obra Jesús en nuestra vida cotidiana y nos invita a responder con corazones abiertos: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38).
¡Qué obsequio tan maravilloso, inmerecido e inesperado! ¡La madre de nuestro Señor se convierte en nuestra madre y comparte su vida con nosotros! Que siempre estemos cerca de María, pues ella es una con nosotros. †
Traducido por: Daniela Guanipa