Alégrense en el Señor
Como hombres y mujeres procedentes de la divinidad, estamos llamados a ser santos
Durante los dos primeros días de noviembre la Iglesia nos llama a reflexionar sobre lo que el Concilio Vaticano II denominó “el llamado universal a la santidad.” Los católicos creemos que cada ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y que todos nosotros, sin importar quiénes seamos o cuál sea nuestra historia personal, estamos llamados a ser santos.
¿Qué significa ser santos? De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica: “el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre” (#27). Los seres humanos estamos destinados a buscar a Dios, encontrarlo y a unirnos Él, tanto aquí en la Tierra como en nuestro hogar celestial.
La santidad es la calidad de nuestra unión con Dios, la señal de nuestra cercanía con Él. Los hombres y las mujeres santos están cerca de Dios; es por ello que los llamamos “santos,” que proviene de la palabra latina sanctus.
En su encíclica “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”), el papa emérito Benedicto XVI escribe: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente.” El Santo padre continúa diciéndonos que estas personas son luces de esperanza porque nos guían hacia Jesucristo “la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia” (#49).
Los santos brillan con la luz de Cristo. Muchos de ellos han sido oficialmente reconocidos por la Iglesia a través de un proceso que conlleva a la proclamación solemne (canonización) de que llevaron vidas virtuosas y fieles a la gracia de Dios, aun a pesar de las vicisitudes.
Pero en el transcurso de los 2,000 años anteriores, muchos otros hombres y mujeres santos se han entregado en cuerpo y alma a Jesucristo sin que la Iglesia los declarara como tales. Estos son los santos a quienes rendimos tributo el 1 de noviembre durante la Solemnidad de Todos los Santos.
Todos estamos llamados a la santidad, a acercarnos a Dios, pero desafortunadamente la mayoría de nosotros nos alejamos de Dios más de lo que quisiéramos. Es por esto que Cristo nos entrega los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y el sacramento de la penitencia, para ayudarnos en nuestras batallas cotidianas, camino a la santidad. Estamos llamados a estar cerca de Dios, pero para muchos de nosotros (¿acaso para la mayoría?) la travesía es larga y difícil.
Pero, por ventura, la gracia y la misericordia de Dios son infinitas. Nuestro amantísimo y misericordioso Dios nunca nos abandona. Incluso después de morir, los cristianos creemos que todavía podemos expiar nuestros pecados, ser santos y acercarnos a Dios. Es por ello que rezamos por nuestros difuntos y por lo que la Iglesia celebra la festividad de los Fieles Difuntos el 2 de noviembre. Todos estamos llamados a ser santos, tanto los vivos como los muertos, y la gracia de nuestro Señor Jesús no se limita a este mundo, sino que puede llegar incluso al estado del ser que denominamos purgatorio, para tocar los corazones de esas “pobres ánimas” que deben someterse a un proceso de purificación antes de unirse completamente a Dios.
En nuestro deseo de unirnos a Dios tomamos como ejemplo a los santos para que nos muestren el camino. ¿De qué forma los santos actúan como modelos para acercarnos a Dios?
Obviamente, a través del testimonio de sus vidas cotidianas, las escogencias que hacen, su voluntad de sacrificio por el bien de los demás y su devoción a Cristo. Sus palabras y sus ejemplos representan guías muy útiles para la vida cristiana cotidiana.
¿Pero cuál es su secreto para navegar con éxito las oscuras y turbulentas aguas del mar de la vida? ¿Por qué los santos pueden llevar vidas correctas y santas, en tanto que muchos de nosotros nos esforzamos y fracasamos?
Pienso que la respuesta está en la oración. Los santos son hombres y mujeres que saben cómo rezar, cómo estar cerca de Dios y comunicarse con Él desde el corazón. Son personas que, tanto en los momentos difíciles como en los buenos, elevan sus mentes y sus corazones hacia el Señor. Los santos buscan la voluntad de Dios en sus vidas, comparten con Él sus esperanzas y sus frustraciones (y, a veces, incluso su soledad, su ira y su temor). A través de la oración, de escuchar atentamente incluso más allá de lo que dicen las palabras, los hombres y mujeres divinos que llamamos santos se encuentran en comunicación constante con Dios.
Mientras recordamos a estos santos—vivos y difuntos—que actúan como estrellas que nos guían hacia Cristo, recemos para recibir la gracia de que el amor y la misericordia de Dios toquen nuestros corazones y nos acerque más a Él: el verdadero anhelo de nuestros corazones. †
Traducido por: Daniela Guanipa