Buscando la
Cara del Señor
Recen e insten al Congreso a rechazar la nueva legislación en favor del aborto
En esta época del año me embarga una profunda tristeza al cumplirse otro aniversario de la decisión judicial en el caso Roe v. Wade que legitimó el aborto a petición.
Es indicio de un grave y trágico defecto en nuestra cultura. No somos tan civilizados como creemos.
Algunas personas no quieren ni oír hablar del tema. Inevitablemente, habrá una embestida que se desmantela muy fácilmente, a saber: que la Iglesia se concentra exclusivamente en este tema e ignora otros asuntos serios relacionados con la vida.
Al contrastarse con las enseñanzas de la Iglesia, esta acusación resulta injusta ya que es obscenamente imprecisa.
En efecto, existe una jerarquía en las cuestiones relativas a la moral de la vida humana. Todas son importantes, pero eso no significa que todas lleven el mismo peso.
La cuestión moral de poner fin a una vida humana que no tiene voz en el vientre de la madre y poner fin a la vida de los ancianos o discapacitados, la eutanasia, son asuntos que tienen prioridad sobre la pena de muerte o la guerra, o la situación difícil de los pobres.
Todas estas son cuestiones graves relacionadas con la vida que al final se fundamentan en la protección y el fomento de la dignidad de toda la vida humana, de cada persona humana.
El argumento común del movimiento en favor del aborto se ha enmarcado en el lenguaje de la libertad de elección.
Se afirma que una mujer tiene derecho a elegir si desea abortar la vida humana concebida en su vientre. Por supuesto, la “libertad de elección” resuena con facilidad en nuestra cultura democrática y de igualdad de derechos.
Sin embargo, si uno indaga más profundamente en el asunto de los derechos que están en juego en el caso de la vida en el vientre de esa madre versus el derecho de la madre a elegir el aborto, resulta claro que el derecho de la vida humana ya concebida suplanta el derecho a optar por abortar dicha vida humana.
Desafortunadamente, los términos “elección” y “derechos” opacan el verdadero problema y la auténtica noción de libertad. No tenemos la libertad para elegir hacer algo que constituye objetivamente un mal moral grave. Las personas no determinan arbitrariamente qué es intrínsecamente malo y qué no. Ni tampoco escogemos arbitrariamente la verdad moral de acuerdo a nuestra conveniencia.
Desgraciadamente los legisladores de nuestro país y el presidente electo Barack Obama, quizás estén dispuestos a sancionar lo que hoy se conoce como la Ley sobre la Libertad de Opción (FOCA, por sus siglas en inglés).
Durante la campaña política a la presidencia se reportó ampliamente que el presidente electo Obama dijo ante la directiva de Planned Parenthood que firmaríamos dicha legislación.
Por increíble que parezca, FOCA fomentaría no solamente el aborto irrestricto de vidas humanas inocentes, sino además, tal y como está planteado hasta ahora, obligaría por ley a todos los proveedores de servicios de salud, sin excepción, a realizar abortos a petición.
En otras palabras, las instituciones católicas, tales como nuestros sistemas hospitalarios locales St. Francis y St. Vincent, se verían legalmente obligados a proveer abortos.
De hecho, eso supondrá la desaparición de las instituciones médicas católicas porque nunca efectuaríamos abortos a petición. Resulta completamente desmesurado que nuestros médicos, enfermeros y demás profesionales católicos de la salud se vean en una situación insostenible frente a actividades que atenten gravemente contra la moral.
No puedo enfatizar lo suficiente la gravedad de los efectos que acarrearía la promulgación de FOCA.
Entre otras cosas, el dinero proveniente de nuestros impuestos se utilizaría para costear abortos. Los efectos de FOCA van más allá de las simples enseñanzas y prácticas morales del catolicismo. Si bien algunos expertos y defensores del aborto tratan de encasillar la cuestión del aborto como una contienda católica, debe reconocerse que la protección de una vida humana inocente no es, en sí misma, un plan católico. Es un plan de la naturaleza humana.
Los exhorto a todos a que recemos fervientemente para que el nuevo Congreso en Washington deje a un lado la legislación FOCA y que el presidente electo Obama no realice un acto para decretarla.
Sin embargo, a fin de que no nos encontremos reaccionando contra FOCA ni cualquier otro acto similar del Congreso después de haber sido decretado, los insto a participar en la campaña de postales llevada a cabo por nuestra Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. y administrada por nuestras respectivas oficinas diocesanas y arquidiocesanas en favor de la vida.
Nuestros representantes electos en la Cámara de Representantes de EE.UU. y el Senado de EE.UU. deben conocer nuestra opinión. Deben escuchar y entender nuestra preocupación por la gravedad moral y las consecuencias que esta situación tiene para nosotros, sus electores
Tristemente, a partir del pasado octubre, la crisis económica se apoderó de la campaña política y, como resultado, eliminó del discurso público las cuestiones en favor de la vida.
Tenemos todavía una mayor responsabilidad de continuar el diálogo público para poder concienciar al país en cuanto a la seriedad de los temas relativos a la vida humana.
Un país civilizado no puede esperar menos. †