Buscando la
Cara del Señor
Jesús y su cruz ofrecen un mensaje de aliento
(Segundo de la serie)
Estabas ahí cuando le entregaron la Cruz?”
El Evangelio según San Mateo lo expresa de manera muy sencilla: “Entonces [Pilatos] les soltó a Barrabás, pero a Jesús, después de hacerle azotar, le entregó para que fuera crucificado” (Mt 27:26).
Jesús tomó la cruz y fue forzado a unirse a la procesión de dos delincuentes que atravesaban las congestionadas calles de Jerusalén, camino a su ejecución en el monte de las calaveras, llamado el Calvario. Este no era una escena poco común en Jerusalén.
La cruz, que reconocemos como un símbolo de victoria y esperanza, era en efecto un símbolo de ignominia y desgracia. Jesús sufrió la humillación y la vergüenza de habérsele tildado de delincuente público que no tenía control sobre su destino humano.
Después de una noche de hostigamiento físico y emocional, sangrientos azotes y burlas, coronado con una dolorosa corona de espinas, cargó con el peso de la cruz. Ya solamente el peso físico era agobiante, pero el peso de los pecados de la gente de todas las épocas debió ser mucho más de lo que podía soportar emocionalmente. Y estaba completamente solo.
Todo el que haya vivido lo suficiente se ha topado con la enfermedad o la tragedia o alguna de las otras formas que adopta la injusticia de la vida. Y en la mayoría de los casos no podemos menos que batallar con la pregunta: “¿Por qué yo?”
Siguiendo a dos ladrones convictos, mientras arrastraba su cruz, Jesús debió sentirse tentado a formular esa pregunta. Más adelante, justo antes de morir en la cruz, Jesús imploró en el Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Conocía la soledad del sufrimiento humano y se entregó a la oración.
Durante siglos muchos escritores espirituales han reflexionado sobre el motivo del sufrimiento de Jesús: ¿Por qué eligió padecer semejante sufrimiento? ¿Acaso no podría habernos salvado de otra manera?
Muchos santos han concluido que Jesús aceptó la desgracia de la cruz como un acto de compasión. Eligió la cruz como una forma de ser solidario con nuestra familia humana en nuestra frustrante experiencia con el sufrimiento aparentemente vano y ciertamente no elegido que se nos presenta.
Hay mucho que reflexionar en esta segunda Estación de la Cruz, en el camino al Calvario. “El complejo de víctima” es una poderosa condición humana. Puede ser un poder para el bien o un poder para el mal.
Con la gracia de Dios podemos elegir concientemente aceptar la difícil condición del sufrimiento humano o la tragedia, en solidaridad con Cristo y su aceptación ejemplar de la cruz. O podemos elegir, con amargura, ejercer el papel de víctimas como una forma de controlar a los que encontramos por el camino. Resulta todo un desafío vencer la tendencia al egoísmo en el sufrimiento y adoptar un espíritu generoso en medio de la situación.
Estando de pie ante Jesús quien aceptó la humillación de la cruz del delincuente, no podemos menos que rezar y pensar sobre la virtud de la valentía.
Cuando Jesús tomó el pesado madero de la cruz, ciertamente debió darse cuenta de que estaba aceptando una carga inaguantable. Exhibió valor frente a una coyuntura prácticamente irrealizable.
En la enfermedad, reflexionamos sobre su valor ejemplar y encontramos consuelo y paz en la aceptación de nuestras propias cargas que parecen inaguantables. Jesús con su cruz es un modelo de inspiración para los enfermos. La solidaridad con Él le otorga cierto sentido redentor al sufrimiento que de lo contrario parecería inconsecuente.
Jesús y su cruz también ofrecen un mensaje de aliento a aquellos que servidores y cuidadores que acompañan a los enfermos y los desvalidos en su hora de necesidad. Pienso en aquellas personas desinteresadas que entregan mucho de sí mismas en nuestros hospicios, centros oncológicos y hogares para ancianos. No puedo imaginarme cuidadores tan comprometidos sin el auxilio de una profunda fe y un sentido de solidaridad con la victoria que Cristo ganó por nosotros cuando aceptó su cruz de sufrimiento.
La mística Catherine de Hueck Doherty ratificó este tema en unas pocas palabras, mientras reflexionaba sobre la frase: “Nos corresponde la gloria en la cruz de Jesucristo.”
Dirigiéndose a Jesús, escribió: “Mi amado, cuando alguien piensa en ti, asimismo debe de pensar en la cruz. La cruz y tú son inseparables. La has glorificado con tu muerte, has hablado de ella toda tu vida y la convertiste en una necesidad para tus seguidores: ‘Tomen su cruz y síganme.’ La sagrada Eucaristía es el Calvario y el Calvario es la Cruz y Dios en ella.
“Mi amado, ¿por qué el mundo le teme tanto a la cruz? ¿Por qué es tan insensato que no se da cuenta de que sólo por medio de la cruz podemos encontrarte? Te hemos olvidado a ti y a la cruz” (Las estaciones de la Cruz, Madonna House Publications, 2004, p. 10).
Lo que hacemos con el sufrimiento depende de la oración; la oración ante la cruz es liberadora. †