Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía, al igual que la Virgen María, nos guía a nuestro hogar celestial
(Séptimo de la serie)
El diccionario Webster’s define la “escatología,” como “cualquier sistema de doctrinas religiosas referentes a cuestiones póstumas o finales, tales como la muerte, el juicio o la vida de ultratumba.”
La primera parte de la exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI, “El Sacramento de la Caridad,” titulada “Eucaristía, misterio que se ha de creer,” concluye con una sección sobre la Eucaristía y la escatología.
Dice el Sumo Pontífice: “Si es cierto que los sacramentos son una realidad propia de la Iglesia peregrina en el tiempo hacia la plena manifestación de la victoria de Cristo resucitado, también es igualmente cierto que, especialmente en la liturgia eucarística, se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación (cf. Rm 8:19 ss).
“El hombre ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar. Pero nuestra libertad herida se perdería si no fuera posible experimentar, ya desde ahora, algo del cumplimiento futuro.
“Por otra parte, todo hombre, para poder caminar en la dirección correcta, necesita ser orientado hacia la meta final. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. … El banquete eucarístico, revelando su dimensión fuertemente escatológica, viene en ayuda de nuestra libertad en camino” (n. 30).
Con el don de sí mismo, Cristo inauguró el tiempo escatológico. Vino para congregar al Pueblo de Dios disperso (cf. Jn 11:52). Mostró su intención de cumplir con las promesas y las expectativas del pueblo de Israel.
“En la llamada de los Doce, que tiene una clara relación con las doce tribus de Israel, y en el mandato que les dio en la última Cena, antes de su Pasión redentora, de celebrar su memorial, Jesús ha manifestado que quería trasladar a toda la comunidad fundada por Él la tarea de ser, en la historia, signo e instrumento de esa reunión escatológica, iniciada en Él. Así pues, en cada Celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios” (n. 31).
En la Celebración eucarística proclamamos que Cristo ha muerto y ha resucitado y esperamos su venida. Es, pues, prenda de la gloria futura en la que serán glorificados también nuestros cuerpos; la esperanza de que nos volveremos a encontrar, cara a cara, con aquellos que nos han precedido en el signo de la fe, se fortalece. En este contexto, el Santo Padre nos recuerda la importancia de la oración por los difuntos, especialmente la celebración de santas Misas por ellos, a fin de que, una vez purificados, lleguen a la visión beatífica de Dios (cf. n. 32).
La primera parte de la exhortación concluye con una consideración sobre la Eucaristía y la Virgen María. “La relación entre la Eucaristía y cada sacramento, y el significado escatológico de los santos Misterios, ofrecen en su conjunto el perfil de la vida cristiana, llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios” (n. 33).
Mientras nos encontramos aun en el camino, reconocemos con agradecimiento que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra. El Santo Padre prosigue: “Su Asunción al cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el sacramento de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora” (n. 33).
“Desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. … La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2:19.51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad. … Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos ‘hasta el extremo’ ” (n. 33).
“Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que ‘María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor.’ … María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (n. 33).
A partir de la próxima semana: Reflexiones sobre la Segunda Parte: “Eucaristía, misterio que se ha de celebrar.” †