Buscando la
Cara del Señor
Las oraciones de la temporada nos llevan a renovar nuestro llamado a la santidad
Mientras celebrábamos la solemnidad de Todos los Santos este año, no pude menos que experimentar una nueva alegría ya que uno de los nuevos santos oficiales de la Iglesia se encuentra enterrado en Santa María de los Bosques en nuestra propia arquidiócesis.
Existen ocho santos canonizados en los Estados Unidos. Tenemos el privilegio de que uno de ellos sea nuestro.
Y por lo tanto, el Día de Todos los Santos ha cobrado un nuevo significado en casa. Santa Theodora Guérin siempre será conocida como la Madre Theodore para las Hermanas de la Providencia y para tantos de nosotros que les debemos mucho a las hermanas y a su legado. Por supuesto, nuestro desafío es entregarnos al llamado a la santidad y al testimonio de fe en la divina Providencia que la Madre Theodore vivió con todo su corazón.
Si tomamos en serio nuestra fe debemos tomar seriamente el llamado a la santidad. A veces somos un poco especulativos o tal vez indiferentes ante la fe; o tal vez podemos tener la impresión de que nuestro modo de vida no hace ninguna diferencia ya que debido al gran obsequio de la misericordia de Dios todos entraremos al cielo de cualquier modo.
La misericordia es la máxima cualidad de Dios y su mayor regalo para nosotros, pero no lo tomemos como un obsequio barato. Dios es misericordioso y también justo.
Dios es la verdad misma. La misericordia de Dios depende de nuestra autenticidad. En otras palabras, una conciencia verdadera y cómo vivamos nuestro llamado a la santidad tienen importancia. No hay duda: la misericordia de Dios está allí lista para nosotros. El arrepentimiento por parte nuestra es lo que marca toda la diferencia.
El 2 de noviembre conmemoramos el Día de Todas las Ánimas, los fieles que ya se han ido. Desde la niñez he tomado la costumbre de prestar especial atención a este día, así como a la solemnidad de Todos los Santos.
Nuestra familia tenía la costumbre de decorar con flores las tumbas de nuestros seres queridos, y lo que es más importante: rezábamos por sus almas en el cementerio y en la iglesia en el Día de Todas las Ánimas.
La mayoría de nosotros cree fervientemente que nuestros seres queridos están en el cielo porque allí es donde queremos que estén y queremos pensar que por la misericordia de Dios ellos están allí.
Pero hay una diferencia entre el Día de Todos los Santos y el Día de Todas las Ánimas. En la primera festividad celebramos a los santos canonizados que se encuentran en el cielo así como a aquellos santos que han pasado desapercibidos y que se han ido antes que nosotros.
En el Día de Todas las Ánimas rezamos y debemos continuar haciéndolo, por el bienestar de nuestros seres queridos. Yo, por ejemplo, ciertamente espero que aquellos que vengan después de mí recen por mi alma una vez que me haya ido. Aun con la vehemencia con la que creo en el amor de Dios por mí, no me gustaría simplemente dar por sentada su misericordia generosa.
La oración de intercesión es una parte esencial de nuestro respeto cristiano por nuestros hermanos y hermanas fallecidos con quienes nos reuniremos algún día en nuestra hora de necesidad. Si gente santa tan prominente como el Papa Juan Pablo II y la Santa Madre Teresa de Calcuta rogaron por nuestra oración de intercesión por sus almas ante Dios, nosotros ciertamente necesitamos lo mismo.
En una de sus visitas a Polonia, delante de la Iglesia de San Florian, su primera asignación parroquial como nuevo sacerdote, el difunto Santo Padre pidió oraciones para los vivos y los muertos y “para el Papa, cuando esté vivo y después de su muerte.”
La humildad del Papa Juan Pablo II fue admirable y un buen ejemplo del realismo con el cual nos enfrentamos al tribunal de la misericordia amorosa de Dios. Con todo y su santidad, nunca tomó por sentada la misericordia de Dios.
Al igual que todos nosotros, el Santo Padre fue un penitente fiel y frecuente en el sacramento de la penitencia y reconciliación.
Al igual que la Beata Madre Teresa de Calcuta. Y lo mismo sucedía con Santa Theodora Guérin, nuestra querida Madre Theodore.
Esta gente santa no temía a la muerte o al tribunal de la misericordia de Dios porque eran gente provista de una fe robusta. Pero también eran humildes y sinceros.
Con los grises de noviembre observamos que la liturgia de la Iglesia comienza a recordarnos sobre “las últimas cosas.” El final del año litúrgico nos lleva a reflexionar sobre el juicio final y el fin del mundo tal y como lo conocemos.
Pero se nos lleva a reflexionar sobre estos aspectos con un espíritu positivo porque la transición de esta vida por la muerte es nuestro nacimiento al reino final. Nuestras oraciones nos llevan a renovar nuestro llamado a la santidad
Tenemos el testimonio de Santa Theodora, la beata Teresa de Calcutta y en el futuro cercano, seguramente el Papa Juan Pablo II se encontrará listado públicamente entre los santos. †