Seeking the Face of the Lord
Aprender de los ancianos y cuidarlos es una bendición
Recientemente, mientras visitaba a los enfermos, especialmente los ancianos, se me recordó especialmente las dificultades de hacerse mayor: perder la propia independencia y preocuparse por convertirse en una carga para aquellos que los cuidan.
Pensé en el Papa Juan Pablo II. Cuando las condiciones de salud del Papa hacen noticia, se me pregunta si pienso que él presentará la dimisión o, con mayor frecuencia, si pienso que debería hacerlo. Es claro que la salud del Santo Padre se ha deteriorado, sufre de la enfermedad de Parkinson y se encuentra desvalido por su cuenta.
¿Debería él presentar la dimisión? No, porque no es el director ejecutivo de una oficina de negocios. Él es el sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles, un testigo de Cristo en cada experiencia, en cada etapa de su propia vida, aun a sus 85 años. No debemos perder de vista la importancia de esta etapa del ministerio del Papa. Él personalmente es testimonio de que la ancianidad, aun acompañada de enfermedad, puede ser rica en significado y productiva.
Me pareció interesante que en su mensaje de Cuaresma el Santo Padre nos pidió que reflexionáramos sobre el papel que los ancianos desempeñan en la sociedad y en la Iglesia. Esta reflexión estaba destinada a “disponer también nuestro espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe.” Nos recordó que, gracias a la ciencia y a la medicina, “estamos asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número de las personas ancianas”. Todo ello solicita una atención más específica al mundo de la llamada “tercera edad”, con el fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. También nos recordó que el cuidado de los ancianos debe constituir una gran preocupación para todos, especialmente cuando atraviesan momentos difíciles.
Se habla mucho sobre el respeto por la dignidad de la vida humana. El Santo Padre en la enfermedad y en la ancianidad, y según sus palabras, nos enseña que el regalo de la vida es ser amado y resguardado en cada etapa de la vida. Aun en la presencia de la enfermedad y cuando la debilidad física reduce la capacidad de la persona para valerse por sí misma, la vida debe amarse como un obsequio. Escribió: “Si el envejecimiento, con sus inevitables condicionamientos, es acogido serenamente a la luz de la fe, puede convertirse en una ocasión maravillosa para comprender y vivir el misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la existencia humana”.
El Santo Padre dijo que los ancianos necesitan ser entendidos y ayudados a acoger esta perspectiva. Dijo: “Deseo expresar mi estima a cuantos trabajan con denuedo por afrontar estas exigencias y os exhorto a todos, amadísimos hermanos y hermanas, a aprovechar esta Cuaresma para ofrecer también vuestra generosa contribución personal”. “Vuestra ayuda permitirá a muchos ancianos que no se sientan un peso para la comunidad o, incluso, para sus propias familias, y evitará que vivan en una situación de soledad, que los expone fácilmente a la tentación de encerrarse en si mismos y al desánimo.”
Y a los ancianos, el Papa les aconseja: “El mayor tiempo a disposición en esta fase de la existencia, brinda a las personas ancianas la oportunidad de afrontar interrogantes existenciales, que quizás habían sido descuidados anteriormente por la prioridad que se otorgaba a cuestiones consideradas más apremiantes. La conciencia de la cercanía de la meta final, induce al anciano a concentrarse en lo esencial, en aquello que el paso de los años no destruye.”
Una experiencia reciente ilustra el consejo del Papa. Visitaba a un amigo quien estaba muriendo de cáncer. Reflexionaba conmigo sobre su asombro de que todos sus éxitos y retos en una vida productiva repentinamente pasaron a un segundo lugar, y lo que le hizo recordarlo fue enfrentarse a la muerte. (Desde entonces ya se ha ido a su encuentro con Dios.) Como hombre de fe (yo diría de fe inquebrantable), se estaba preparando para reunirse con Cristo, cara a cara. Y cuando esta inquietud se transformó en reflexión sobre cómo Cristo, quien ha amado a innumerables personas por todos los tiempos y en todos los lugares, ha estado con él en la vida y estará allí con él en la muerte. Él acogió este misterio con su fe característica.
Mi amigo recibió la bendición de poderse preparar para una muerte serena, luego de una vida muy ajetreada. Y su familia estuvo allí, de su lado, para asistirle en sus necesidades y acompañarlo mientras regresaba a casa con Dios. En la vida y en la muerte mi amigo fue una bendición para su familia y sus amigos.
Me hago eco de las palabras del Santo Padre: “¡Qué importante es descubrir este recíproco enriquecimiento entre las distintas generaciones!”
La Cuaresma con su enérgico llamado a la conversión y a la solidaridad, nos conduce a concentrarnos en nuestro amor y estimación por aquellos que están envejeciendo. †